Andree Henríquez, 24 de marzo 2020 – Cooperativa

Qué duda cabe que estamos frente a una de las crisis más importantes a nivel global. Un virus que ha logrado esparcirse por 169 países utilizando uno de los aspectos centrales de nuestro modelo económico y social: la libre circulación de personas y mercancías.

Su fuerza ha sido tal, que ha puesto en tensión la capacidad de los Estados para responder dentro de sus fronteras y coordinadamente a una amenaza invisible. Tanto, que desde el sur del mundo observamos como los países desarrollados no han logrado controlarlo.

Hemos pasado desde el angustioso conteo diario de infectados y muertos, que siempre parecen estar más cerca de uno, a vivir los impactos en el empleo, la educación, el abastecimiento, la provisión de servicios públicos y privados, como en la vida familiar.

Solo por mencionar algunos elementos que solo rasguñan la superficie de lo que parece una fragilidad general de nuestro sistema.

Asimismo, ha sido evidente que el virus no tiene efectos por igual en la población. Si bien todos podemos contraerlo, nuestra condición socioeconómica determina la calidad de las prestaciones de salud a las que podemos acceder, los implementos de higiene que podemos comprar, si podemos o no trabajar a distancia y si nuestros hijos e hijas pueden educarse y alimentarse en casa.

No sorprende también que esta desigualdad se dé entre regiones de Chile, cuando Iquique nos dice que posee solo seis respiradores artificiales y un hospital para enfrentar esta crisis ¿no nos parece inaceptable como sociedad?

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